miércoles, 25 de febrero de 2009

Democracia... ¿estás ahí?

Queridos amigos,

Para los que no estén al tanto, actualmente Argentina está atravesando un momento que considero será clave para definir el futuro de esta nación. Tras un conflicto entre el sector agropecuario argentino y el gobierno nacional, se ha generado una situación de tensión que ya lleva más de un año, que no tiene una solución visible (al menos por ahora), y que desembocará en cambios profundos.

Partiendo de este punto, un amigo de Realicó (economista) publicó una nota en el periódico local. El artículo, cuyo leitmotiv es "la democracia como motor del desarrollo social", me generó tantas dudas al terminar de leerlo que he escrito un ensayo breve, y que quisiera compartir con todos ustedes. Si alguno tiene ganas, y aprovechando las posibilidades que brinda el "blog", podemos generar algún tipo de debate sobre este tema, ya que me interesaría conocer otras opiniones al respecto. Sin dudas, los sistemas socio-políticos actuales están agotados... y es imprescindible abrir nuevos caminos.

Al terminar de leer la nota, me pregunté... ¿y qué es la democracia? Creo que a menudo estamos confundidos con el significado de esta palabra, y tan errados estamos que pensamos vivir en tal régimen socio-político, mientras que probablemente nunca hayamos permanecido más alejados. En primer lugar, no hay democracia sin educación: "la democracia sin educación, no es democracia". Teniendo en cuenta la situación actual del sistema educativo argentino, sumado a la carencia de valores en el seno mismo de las familias (la primer escuela, la más importante), ¿cómo podemos decir que vivimos en democracia? Una falacia...

En "El Contrato Social", Rousseau dice que la única forma de democracia aceptable es aquella en donde el pueblo gobierna para sí mismo (es el soberano), porque es el propio pueblo en su conjunto el que mejor conoce sus necesidades. Más allá de lo inviable de esta forma y de que podemos considerar el punto de vista de Rousseau como "utópico", sirve como parámetro para preguntarnos qué grado de participación tiene el pueblo argentino en su propio gobierno. No hace falta pensar demasiado para concluir que tenemos una injerencia casi nula en la determinación de nuestro propio destino: listas "sábana" en donde no se conoce a los candidatos políticos, masas manipuladas que venden sus votos a los "punteros", legisladores que no atienden las necesidades de la gente, enquistamientos de poder y corrupción en todos los ámbitos, hiper-burocratización de todos los procesos sociales, por nombrar algunos de los tantos ejemplos.

Lo que quiero decir con todo esto, es que el término "democracia" no representa en absoluto la realidad socio-política Argentina (y, yendo un paso más allá, casi la de ninguna nación occidental). Que nuestro sistema de gobierno sea representativo, republicano y federal, no significa que sea democrático. Si solo una elite toma las decisiones que definen el destino de la mayoría, y si esa mayoría no tiene garantizados los canales mínimos para expresarse, entonces la democracia es ficticia o se rompió hace rato.

Lo que tenemos que buscar como pueblo es otro tipo de régimen, y no importa qué nombre le pongamos, pero tiene que estar fundamentado en la IGUALDAD. Una nación basada en la igualdad, es capaz de resolver todos sus problemas. La igualdad es un concepto autosuficiente y absoluto. Desde un punto de vista "físico", la igualdad equivale a un sistema en reposo, donde todas las fuerzas involucradas se hayan en su mínima expresión. La igualdad es, por tanto, sinónimo de equilibrio. La desigualdad, por su parte, es tensión, es energía acumulada que en todo momento estará buscando el equilibrio perdido. Y esa es la situación actual de Argentina. Si un señor tiene mucho y otro señor tiene poco, la distancia que los separa o se elimina o se llena con sangre.

Y la igualdad, como tal, se puede lograr de dos maneras: por imposición o por convicción. La primera, cuando un gobierno quita y reparte, cuando los bienes y recursos son redistribuidos (muchas veces, mediante el uso de la fuerza). Esta forma de obtener la igualdad nunca logra persistir en el tiempo, y es la empleada habitualmente por los regímenes autoritarios. La otra forma, la de la igualdad por convicción, se basa en la capacidad de solidaridad de las personas, es igualdad hecha "por amor". Cada persona, cada miembro de la sociedad, debe ser conciente de que las cosas se hacen por amor a los demás y que su rol es crítico como parte constitutiva del todo. Y no me quiero referir a doctrinas religiosas cuando hablo de "amor", de "solidaridad", sino a principios cívicos, que cada ser humano debe incorporar desde sus primeros días de vida (de ahí la importancia vital de la familia como educadora de base). Y es en este punto donde encuentro el error de fondo de nuestra sociedad actual, y es que estamos educados en la cultura del exitismo: los padres, los maestros, los amigos, la sociedad toda, pone una mochila pesadísima sobre cada uno de nosotros, la mochila del éxito, que hay que aprender a llevar. Tenemos que ser profesionales, tenemos que ganar dinero, tenemos que tener una vida confortable, tenemos que formar una familia y mandar a nuestros hijos a los mejores colegios, tenemos que tener una casa, y un auto, y más dinero, tenemos que... tenemos que... tenemos que... Y al mínimo descarrío, a la menor intención de dedicar nuestras vidas a la solidaridad, se nos tilda de fracasados. Este es, a mi parecer, el mal de todos los males, el peor. En la medida en que cada uno de nosotros siga poniendo sus esfuerzos en proyectos puramente personales, no hay igualdad posible y, como consecuencia, no podemos esperar nada bueno para un pueblo. Sin ir más lejos, en la crisis del 2001 era realmente increible ver a tantos sectores de la sociedad luchando en conjunto, reclamando. Clase media, jubilados, obreros. Todos allí, como un solo cuerpo. En el momento en que la clase media pudo recuperar sus ahorros (que habían quedado atrapados por el famoso "corralito financiero"), en ese mismo momento, desaparecieron de la escena. ¡Evidencia más clara de que nos movemos por intereses personales no puede haber! Por eso es que, hoy por hoy, me surge la pregunta obligada de cuáles serán los intereses reales que el campo quiere defender. Y no estoy a favor de ninguna de las partes en toda esta historia. Simplemente que, al analizar la naturaleza humana (y, en particular, la del argentino), no me queda otra alternativa que ver en el reclamo agrario una componente importante de intereses personales, que no tienen mucho que ver con el bien del pueblo en conjunto. Ojalá me esté equivocando, pero la historia siempre me ha dado la razón.

En la primera parte de la nota original se enumeran las tres consecuencias de la democracia (citando a Dani Rodrik); la primera de ellas dice: "es la forma de gobierno que redistribuye los resultados de su desarrollo de manera más igualitaria que los regímenes no democráticos". Basta analizar el caso de la revolución cubana para descubrir que hay sistemas que pueden redistribuir la riqueza de manera más equitativa que lo que llamamos democracia. En los años siguientes a la revolución, probablemente no había país más dictatorial y equitativo al mismo tiempo que Cuba. Las decisiones surgían en una elite, pero todo el pueblo (incluyendo a sus gobernantes) disfrutaban de los mismos beneficios y enfrentaban los males igualitariamente (racionamiento para todos o racionamiento para nadie, carne para todos o carne para nadie). Y hasta podemos decir que tal régimen (¿dictatorial?) ha sobrevivido varias décadas, lo que también refuta el tercero de los puntos (que "las democracias sobreviven a las crisis económicas, las dictaduras rara vez lo hacen").

Resumiendo, mi punto de vista es que Argentina no ha vivido (al menos desde que tengo uso de razón) en un régimen democrático (usando el significado riguroso del término "democracia"). Lo único que ha dominado el pasado y presente de nuestro país ha sido el egoismo como regla de oro, por parte de TODOS. Y que la solución a esto es crear una sociedad basada en la "igualdad", donde el amor hacia los demás (la "filantropía" de los griegos) prevalezca como principio y valor máximo.

A.V.